Me acordé de por qué me gusta la música, de por qué me encanta escuchar a alguien cuando está experimentando sobre un instrumento, me acordé que caminar a las 12 pm a 5 grados escuchando tu canción favorita me hace sonreír, me acordé de por qué estoy aquí y por qué estás allá. Me acordé de tu patineta, de jugar con una caja de cartón, de las veces que me caí y me ayudaste a levantarme, también me acordé de las veces que me empujaste, algunas con éxito y otras con menos.
La manera en que sin explicarme las cosas, me enseñaste a hacerlas, la manera en que tuviste que explicarme algunas cosas y aún así no aprendí, las excesivas risas, las interminables discusiones y las pocas lágrimas. Las despedidas y los reencuentros, las llamadas por la madrugada y los mensajes de complicidad. Los domingos, de cada etapa. Los aviones de unicel de alguna de años atrás, las fracciones injustas en la comida, la complicidad silenciosa y la traición risueña.
Me acordé de tantas cosas, me olvidé también de muchas otras, pero sobre todo y a fin de cuentas me acordé de ti y mientras te pensaba, me acordé de mi y de la persona que crees que soy, de la versión de mí que tú conoces, de la manera en que me consideras alguien capaz de llegar a donde se proponga, la manera en que me entiendes, la manera en que no me juzgas y sobre todo la manera en que me recuerdas lo que realmente vale la pena, porque si bien yo lo sé, a decir verdad, en gran parte lo aprendí de ti. Aunque yo no te lo diga y tú no me hayas dicho todo lo anterior.
Por eso, hoy sé que un día, tú aprenderás algo de mí y entonces, tal vez, también recuerdes todos esos detalles, que con el tiempo, hicieron creecer y creer a tu hermana.
Que linda manera de querer a un hermano: sencilla y honesta; absoluta y precisa. Una delicia de corazón dispuesto convertido en letras. Me da mucho gusto leerte, sigue así :)
ResponderEliminarAnabel (si es que aún te acuerdas de mí y si no, pues apuesto que al menos te daré curiosidad)