Es posible replantearse las ideas, es posible cambiar los itinerarios y retomar las viejas ilusiones, para en un mágico ángulo, ver la lluvia tan fina caer a contra luz de aquel sol poniente que tanto me ha gustado siempre.
La mejor hora del día llega y con ella una sonrisa exhausta que refleja que el día valió la pena, por mínima que fuese la interacción con el exterior, en mis adentros, algo me decía que no había sido culpa mía, que en realidad, no había sido culpa de nadie...
Que las cosas se acaban tal y como empiezan y que en una interminable cadena de conexiones humanas siempre te llevan a lo que sigue, algo me decía que en el fondo jamás hasta hoy, había experimentado algo como lo que al futuro le gustaba mandar con sus aires misteriosos hacia mi presente, porque como dicen tanto, lo mejor siempre está por venir.
Uno a uno los momentos en el mapa se van marcando, camino del final, viviendo cada uno de ellos sin saber si nos dará paso al siguiente y sin saber en que condiciones nos dará ese paso, descartando por supuesto la ilusión de que al final se encontrará el tesoro, y a su vez, afirmando que el tesoro mismo de la vida, será haber alcanzado cada uno de los puntos que marcaba el mapa, para al final poder recordarlos y entonces hacer la última parada en la última estación.
Un sinúmero de puntos al frente, y un gran número de puntos atrás, cada uno de ellos conformando lo que ahora le llamo presente, un presente que se desenvuelve como una plataforma de impulso y reconstrucción para eso que al horizonte se ve venir y sobre todo eso, que hay que salir a buscar.
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