
El olor a polvo impregnado en cada rincón, cada una de las puertas que se abría a mundos independientes y completamente misteriosos, a pesar de pasar ahí cada domingo, que parecía ser el día más largo en la historia del tiempo, y que siempre daba paso a nuevas aventuras.
El cuarto del fondo, lleno de impredecibles objetos almacenados entre recuerdos olvidados y sueños perdidos, las partículas de extrañas sustancias volando a contraluz y maravillando mi existencia. La abuela que seguramente tendría historias que jamás me contó, y el recuerdo del abuelo que jamás conocí, siempre presente en su memoria.
Cuando los años eran más largos, los días más cortos y los sueños posibles.
No hay comentarios:
Publicar un comentario